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domingo, 28 de marzo de 2010

El extraño caso del Sr. Tragauñas Parte II

EL EXTRAÑO CASO DEL SR. TRAGAUÑAS PARA UNA REFLEXIÓN SOBRE LA LOCURA

Parte II

Eduardo José Alvarado Isunza
ealvaradois@yahoo.com

Algo debe haber en mi ciudad que con frecuencia uno se tropieza en las calles con personas que conversan con el aire o manotean el viento como si dieran indicaciones a un ser invisible sobre alguna dirección o algún suceso.
Hay quienes creen que es a causa del aire. Contiene alguna espora, todavía ignorada por nuestros científicos, por cuya respiración vengan a producirse alteraciones en el cerebro de los frágiles.
Otros encuentran los orígenes de esa extraña conducta en el agua. Como nuestra ciudad se construyó sobre suelos ricos en minerales, podría ser que éstos quebraran las neuronas, como hace el flúor con los dientes.
Como yo procedo de las ciencias sociales, opino que esas personas que, de pronto, pasan gritando junto a nosotros o hacen banquetes en el suelo más bien fueron víctimas de algún ataque en algún momento de sus vidas.
Otra hipótesis a por qué vemos personas como si huyeran de un campo cuajado de pilas de sacos de huesos, como los de esas fotos de la 2ª guerra, es que la dialéctica de la existencia les reventó la sinapsis.
Uno de esos casos es el del “Señor Tragauñas”, quien (como una cosa extremadamente absurda) se desempeña como encargado de comunicación social del gobierno del estado, desde hace unas semanas.
Ya en la parte I dimos algunos detalles de su locura. Sin embargo, faltan muchos más por ser presentados en este esfuerzo que nos impusimos con una intención enteramente científica.
Nuestro objetivo con este ensayo es mostrar cómo también es necesario incluir exámenes psicométricos, junto a los toxicológicos y a los de no antecedentes penales, en la ley de la administración pública.
Con algo así blindaríamos a nuestros sistemas de gobierno, de por sí endebles y sometidos al embate de seres corruptos. Con aquellas pruebas cerraríamos la puerta del poder a individuos locos, drogadictos y hampones.
Si usted ignora quién es el “Señor Tragauñas” puede pasearse un día por la Plaza de Armas y seguro por ahí lo hallará. Pregunte a los boleros o a los policías y ellos podrán identificárselo.
Es un individuo de unos 57 años, con una gorra de beisbol puesta al revés (como “Memín Pinguín” o uno de esos miembros de la “Familia Burrón”, ambos personajes de las historietas mexicanas de los 50s).
En su estrafalario e invariable concepto de estética del vestido tiene lugar privilegiado el uso de pantalón de brinca charcos –curiosa adaptación masculina del femenino pantalón Capri.
También puede estar rascándose los testículos, como hacen los chimpancés de zoológico para matar el tedio. Como es un loco no estudiado en clínica, se desconoce si se trate de una manía o a consecuencia de un hongo.
Como sucede con esos tipos que andan manoteando el viento y hablando con criaturas invisibles, asimismo nuestro personaje permanece como autista, con la boca abierta, dialogando entre los árboles con algo así como dios.
Mientras está en ese trance no establece conexión con el mundo real. Algún conocido puede acercarse a saludarlo y éste sólo extiende su mano en el espacio, como si fuese un Monseñor con miedo a rasgar la fragilidad del cielo.
Después de hablar con esos seres fantásticos que le transmiten sus ideas, comienza su función de tragarse compulsivamente las uñas, conducta de donde proviene el seudónimo que el pueblo le ha impuesto.
Quienes lo padecieron como profesor en sus días de escolares (¡porque el “Señor Traguñas también fue catedrático universitario!), cuentan con sarcasmo cómo sufrían en el salón esa manía de rascarse los genitales y escupir uñas.
Sería bueno reflexionar acerca de cuántos locos hemos padecido ya sea como catedráticos o como funcionarios universitarios. Entre aquellos sobresalen el “Dr. Monroy” o “El Chicharronero”, y entre los últimos más de un rector.
Quizás ahora será un poco más difícil disfrutar de esa contribución del “Señor Tragauñas” a nuestro circo de perturbados. Como les decía, de unas semanas a la fecha ya despacha como funcionario del gobierno del estado.
Esta cuestión es mucho más delicada para nuestra sociedad, porque un desquiciado callejero que come tortas de aire como si lo hiciera en un banquete en los Campos Elíseos, es inofensivo para nuestras vidas.
En cambio no lo son estos locos hechos funcionarios, porque consuman actos detestables. No sólo usan el patrimonio público de manera privada. También urden políticas, leyes y programas con ideas estúpidas.
Ya “El Señor Tragauñas” había ocupado el cargo de asesor de otros locos hechos gobernadores, como uno de nombre Horacio y otro de nombre Fernando, en cuyos regímenes abundó el consumo de drogas y alcohol.
Quizás la deplorable situación en que vivimos la debamos a esas administraciones integradas por locos. Entre los empleados de la Casa de Gobernadores son memorables las fiestas de pervertidos de aquellos.
Les recuerdan bañándose desnudos en la alberca de esa mansión pagada por un pueblo miserable, totalmente intoxicados por el alcohol y las drogas, saltando y gritando como afiebradas ninfas acuáticas.
Para una documentación sobre la locura y el poder mencionemos que el “Señor Tragauñas” transcribía los mensajes dictados por seres etéreos en sus trances autistas y éstos luego eran repetidos por sus amigos gobernadores.
Entonces sus chifladuras no dejaban de tener más impacto social que el de ver sus comunicados divinos a grandes titulares en los periódicos. Ahora este pueblo tendrá que padecer sus perturbaciones desde el desempeño público.
Volvamos a nuestra hipótesis acerca del origen de la locura de este perverso y peligroso personaje. Ya planteamos que no creemos que ésta sea ocasionada por el aire que respiramos o por el agua que bebemos.
Tampoco tiene que ver en su enfermedad algún cisticerco que le esté devorando los sesos. Lo suyo es de naturaleza enteramente psiquiátrico. Quienes le conocen bien se remontan a los lejanos años de su infancia.
En eso existe un debate sordo entre quienes dicen que su daño fue ocasionado por haber visto a su madre en un encuentro sexual que le afectó, como ya habíamos dicho; y otros que hablan de un sacerdote.
Estos últimos dan anécdotas precisas de que el actual “Señor Tragauñas” servía a los 5 años de edad como acólito de un “Padre Juanito” en la brava colonia Centenario.
Por esas versiones, pensamos que dicho sacerdote debió ser un truhán, como tantos pederastas que regentean los templos católicos y viven como zánganos de las inocentes creencias de un pueblo analfabeto.
Mientras aquel niño echaba incienso a los santos, era atacado por el “Padre Juanito”. Así terminó convirtiéndose en esa criatura maniática, misógina y bipolar que conocemos con el seudónimo del “Señor Tragauñas”.
Es posible que su tendencia a adoptar poses pontificales, a orar como si sus frases procedieran de seres impalpables y a perderse en el autismo como si escuchara a los ángeles, sea una recreación de aquella infancia perdida.
No habita el mundo real, como todos los demás. Habita en aquel templo en donde fue violado, porque volver a la realidad le causa daño, sería reconocerse como víctima y reconocerse ahora como victimario.
Con quien habla entre las ramas de los árboles o en las nubes es con el “Padre Juanito”. O más bien, éste se transfirió al cuerpo del “Señor Tragauñas”, desapareciendo por completo su propia identidad.
Ante lo que nos encontraríamos no sería ante un personaje de Borges, sino ante un paciente de Freud. En su caso no existen fantasías ni mitificaciones. Es el más puro caso de la psiquiatría.
No estamos ante una circunstancia metafísica o ante un hecho que escape a la explicación científica, como él y sus amigos gobernadores afectados por el gusto literario quisieran que sucediera con los problemas del mundo.
Pretenden que los complejos asuntos del universo tienen pura existencia platónica, pues así escapan a los dolores que les causa reconocer que sus locuras son efecto de una causa. A ésta buscan esconderla entre castillos retóricos.
Si fuese un extraviado insignificante, el caso del “Señor Tragauñas” sería solamente asunto de literatura, como son los de otros locos a quienes vemos en las calles con los ojos incendiándose por un fuego interno.
Sin embargo, ha quedado dicho que sus versos, como antes, resuellan en la nuca del gobernador. Por eso, debemos evitar que nuestros sistemas de gobierno sean vulnerados por la locura de quienes llegan al poder.

San Luis Potosí, S.L.P., a 6 de febrero

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